Una vida de servicio y responsabilidad

Una vida de servicio y responsabilidad

Benjamín Antonio Orozco Pineda

El pasado 9 de junio, después de una dura lucha por la vida, entregó su alma al Creador, Benjamín Antonio Orozco Pineda. (15-12-1935 / 09-06-2022). 

Al hacer un recorrido por el periplo vital de ‘Mincho’, como fuera ampliamente conocido entre su círculo amistoso, laboral y familiar, debemos retrotraernos hasta Aguadas, en el norte caldense, conocida como ‘la ciudad de las brumas’, y más reciente con el apelativo de ‘la capital del pasillo’ para conocer en parte de su advenimiento al mundo terrenal. 

Aguadas, cuna del sombrero de su mismo nombre, se convirtió después de su fundación hacia 1808, en eje expansor y sus habitantes en promotores de nuevas poblaciones como Filadelfia, Neira, Santa Rosa de Cabal, Manizales, Aranzazu, Pensilvania y otras. 

Allí, en ese bucólico paraje, en el hogar de Benjamín Orozco Gallego y María Dolores Pineda Vargas, un ya lejano 15 de diciembre de 1935, vio las primeras luces un infante quien el 22 del mismo mes y año a manos del sacerdote Juan Pablo Mejía Valenzuela, en la vetusta parroquia de la Inmaculada Concepción, recibió las aguas bautismales y el nombre de Benjamín Antonio, siendo sus padrinos Antonio José Pineda y María Jesús Lotero. 

En el árbol genealógico aparece Benjamín Antonio Orozco Pineda, desprendido de las ramas mayores por el lado paterno de Santiago Orozco Velásquez (1865-1933) y Eduviges Gallego (1866-1914), mientras que por el ramaje materno figuran en el historial Lázaro Pineda Peláez (1870-1946) y Virginia Vanegas (1880-1915) sus abuelos. 

Desarrollando su carrera vivencial, Benjamín Antonio se dedica a las tareas del campo mostrando siempre, y como lo haría a lo largo de su periplo vital, esfuerzo y capacidad de trabajo a más de compromiso con lo actuado, en labores de trapiche para generar dulce satisfacción con el ingreso del esforzado producto. 

Desarrollando su inteligencia, se interesa poco después por el arte de la fotografía, que empieza a generarle sustento, llegando un momento de traslado cuando la familia Orozco Pineda va en largo viaje hasta Alcalá, en el Valle del Cauca, y pasado un tiempo, en compañía de su hermano Marino, se radican en Tuluá oteando un mañana que avizoran positivo, mientras se dedican a variadas actividades. 

Mirando al futuro, dirige sus pasos al proyectado apenas departamento del Quindío, donde encuentra tareas laborales que un día lo instalan en Génova, y donde habría de pasar algunos años en un marco de producción y por ende de amorosidad al conocer y hacerse acompañar del amor de su vida, con quien pasara primero a Montenegro y luego a Armenia, donde crecieron sus hijos y fortaleciera por varias décadas su dinámica laboral. 

Su historia amorosa la inicia en el entonces municipio de Génova, que se debatía entre la intranquilidad y la violencia, a donde había llegado a laborar en un juzgado promiscuo que ocupaba espacio en uno de los locales de la antigua escuela de niñas, frente a la plaza principal, y hoy sede del Centro Administrativo Municipal ‘Alcides González Buitrago’, conociendo por entonces a Isabel Franco González, hija de un hogar raizal que tenía como cabezas a Fermín Franco Betancur y Edelmira González García. 

Saliendo de Génova por escaso tiempo, regresa al poblado, donde con la complacencia de familiares y amigos, en el año de 1963, Benjamín Antonio e Isabel reciben la bendición nupcial en el templo San José, unión marital que procrea con el paso del tiempo a sus hijos Jhon James, Hugo Mario y Martha Julieth. 

Con marcas indelebles en su trasegar, Benjamín Antonio Orozco Pineda fue descollando por su sapiencia y afán de aprender cada día más, haciendo de la amistad, de la honorabilidad, de la inteligencia, del esfuerzo y la capacidad, banderas para el diario transcurrir y que hoy son legado para su familia y sus cercanos. 

Su carácter vivaz e inquieto, su rectitud y el deseo de responder a su accionar con las mejores notas se sumó al afán de servicio, dedicando largas horas a la lectura y al estudio de temas inherentes al Derecho, compulsándose como un amplio conocedor e intérprete de la rama. 

En ese continuo y diario trajinar, Benjamín Antonio Orozco Pineda se desempeñó con éxito en varios juzgados, y su capacidad de asimilación de las normas, le facilitó llegar con sobresaliente calificación al Tribunal Superior, donde el desempeño, la responsabilidad y la capacidad lo fueron encumbrando, para que en un momento cúspide de su camino laboral recibiera el título de abogado honoris causa. 

Amigo de sus amigos, su acervo cultural lo hacía interlocutor agradable y válido en tertulias y noches de bohemia, donde por igual hacía gala de su ingenio y de sus conocimientos musicales, para hacer intensamente gratos un espacio de conversatorio o una noche de copas. 

Pensionado en el poder judicial nunca dejó de lado el quehacer aprendido y ampliamente reconocido, y en asocio de otros profesionales del Derecho, continúo laborando de manera particular. 

Había transcurrido largo tiempo desde su inicio laboral, con el justo premio de un descanso ganado y merecido, en el otoño vivencial un espacio de retozo antañero y campesino en la calmada Salento, empezó a ocupar sus horas de vida, donde cada día se sentía realizado en la evocación de sus años primarios y al compás de los aires montañeros. 

Siempre galante y enamorado del paso de los años bien vívidos, de su compañera de aventura y vida matrimonial la inigualable Chavita, de las alegrías y nostalgias, al igual que de sus amados hijos que han sabido copiar el noble ejemplo hogareño, y con la felicidad que creó la descendencia representada en sus nietos a quienes, sin ver con frecuencia, siempre mantenía en la evocación y en el corazón de abuelo realizado. 

Ha partido a la eternidad un hombre ordenado como el que más, bueno en la extensión de la palabra, serio en su razón de ser, responsable en su quehacer, esposo amoroso, padre ejemplar, abuelo cariñoso, compañero sin tacha y quien ha dejado una estela de tristeza para los suyos, pero a la par una inmensa satisfacción por haber compartido un recorrido de logros y satisfacciones que hoy se convierten en el mejor legado. 

Hoy sobreviven al descanso en paz de Benjamín Antonio Orozco Pineda, su hermana Rosa Amelia, su esposa Isabel Franco González al igual que sus hijos Jhon James, Hugo Mario y Martha Julieth, así como sus nietos Santiago, en Bogotá; Juan Esteban y Hannah, en Edimburgo y Londres.

¡Paz en su tumba!

FUENTE LACRONICADELQUINDIO.COM