
a Selección se impuso en Barranquilla en una nueva jornada de la eliminatoria al Mundial.

Volvió la victoria, volvieron los goles y volvió la alegría. La Selección Colombia se puso el traje de gala, ese de amarillo azul y rojo, para bailar en el primer tiempo y para embarrarse en el segundo, y al final venció a Chile 3-1 en Barranquilla en la eliminatoria al Mundial. Volvió la tranquilidad. Colombia recupera el aliento.
Colombia salió a jugar como un toro de lidia recién liberado, dispuesto a llevarse por delante todo lo que vistiera de rojo. Chile recién descifraba que Cuadrado arrancaba de lateral o que en la izquierda no estaba Tesillo sino Yairo, cuando Quintero armó su mortero izquierdo y metió un balonazo indescifrable, que se fue dando salticos de sapo directo a la red. Un fuera de lugar previo conjuró la magia. Fue anulado el gol en 4 minutos. Pero el equipo, que hacia del Metropolitano una fortaleza, demostró que tenía la sangre hirviendo. Luis Díaz quiso vengar el gol anulado y se filtró en carrera por esa banda izquierda que conoce como el pasillo de su propia casa. Llegó al área zigzagueando, amenazando con destrozar alguna cintura entrometida. Lo pararon con una falta. Miguel Borja agarró el balón como si fuera suyo. Nadie osó protestar. Si para Díaz la cancha era el pasillo, para el delantero el punto penal era su sala de estar. Desde esa comodidad sacó su derechazo directo al ángulo derecho del arquero Bravo, incómodo visitante, y fue gol, ahora sí el bendito gol. El delantero marcó territorio, como la fiera más valiente que vuele a siempre al mismo territorio. Un minuto después emprendió una carrera luego de que Borré le hiciera un toquecito desconcertante. Borja echaba humor por la nariz, dejaba tierra a su espalda, corrió directo hacia el arco, amagó un zapatazo y sacó una caricia para anotar el segundo, por si las dudas. 22 minutos y tres goles, dos válidos. Antes de la media hora de juego Chile ya sacaba la bandera blanca. Arturo Vidal era un rey sin castillo. El arquero Bravo era un arquero dócil. Colombia no bajaba la intensidad, no se cansaba, no quería ser piadoso. Lanzó otra ofensiva letal para que el público eufórico tirara sombreros, pañuelos, flores. Borja, fiera inspirada, encaró otra vez en soledad hacia el pobre Bravo, lo engañó con un toque hacia Borré, que con el arco gigante como un arcoíris y sin guardián puso el balón en un palo y en el rebote lo mandó afuera. Un lamento que a esa altura era menor. Barranquilla vibró con ese primer tiempo de fantasía. Incluso Borja, consciente de que la gloria era suya, tuvo otro par de remates. Díaz, dueño de su banda y del clima, no se cansó de correr y driblar. Quintero jugó dentro de un laboratorio desde el que creaba pelotazos que llevaban una dinamita que no estallaba pero que espantaba a los rivales. Y así cada uno en su tarea. Yairo poniendo su firma. Barrios pellizcando, mordiendo y gruñendo. Matheus multiplicado, habrá que llamarle Matheus al doble y no al cuadrado, que ese ya tiene dueño. Juan Guillermo ratificó que no hay zona que no conozca. Y Borré estaba crecido, y los centrales impecables, y Ospina imperturbable, pero Ruedaestaba impertérrito, pensativo, como quien presiente que la tarea aún no está hecha. En el segundo tiempo las cosas cambiaron. El vendaval que era Colombia se le devolvió con truenos. Colombia había dejado el alma triunfal en el camerino y salió a jugar desnudo. Chile al fin se enteró de que color vestía Ospina, lo detectó y fue por el como en una cacería. 10 minutos después del descanso Chile ya había anotado el descuento, como para darle la dosis de angustia a una victoria que no la merecía. Fue Meneses el que empujó la pelota luego de que Ospina evitara un fuerte remate y se quedara sin reacción de su defensa.Chile tenía un segundo aire. No se sabía de dónde lo sacaba, pero lo tenía. Vidal por poco empuja el gol del empate en un despeje errado de una defensa que entró en pánico. Rueda se impacientó. Pero en la cancha aún estaba Díaz para terminar la tarea. Recibió la pelota al borde del área y no amagó, no encaró como siempre, tiró un remate y fue la pelota la que pareció avanzar driblando, pegó en un defensor y fue adentro, y fue el tercero, el de la victoria final., el que evitó más angustias. PABLO ROMERORedactor de EL TIEMPO@PabloRomeroET